
Si el teatro tuviera un "teólogo de la liberación", ese sería Dario Fo. Ayer es lo que vimos en el teatro de la Casa de La Cultura de Los Realejos: un alegato contra la iglesia como mecanismo de poder al lado siempre de los poderosos. Fo lo representa a través de la revisión de algunos pasajes bíblicos como las bodas de Canaa, la resurrección de Lázaro, la última cena o la crucifixión, por supuesto, desde el lado bufo, cómico, que no tanto juglaresco. Hasta aquí el resumen.
Advertencia: mi libro de cabecera, mi botiquín de primeros auxilios y mi compañero inseparable de viajes es el libro de Dario Fo (premio Nobel de Literatura 1997, recuerdo) "manual mínimo del actor".
De nuevo un escenario churrigueresco por la cantidad iconográfica y de nuevo una puesta en escena de la compañía 2rc Teatro. No es que la caja escénica del teatro de Los Realejos sea pequeña, es que me sobraban bultos, tamaños (esa cruz omnipresente y tan redundante, ¡por dios!). El altar (no utilizado), tanto rojo burdeos en los cortinajes (infrautilizados). Mucho bulto y pocas nueces, en mi opinión.
Javier Collado, el actor. Obediente, esforzado, agónico, restringido. Y todo por su fidelidad al director. Fo es todo lo contrario: indisciplinado, vividor, ironía, volatilidad... Enzo Scala, el dire, lleva nombre italiano, imagino que sangre también. ¿Y esa es la versión que hace de Fo? Un servidor sufrió mientras contemplaba al actor en su trabajo. Interpretar a Fo, para mí, es todo lo contrario, es el "no trabajo", es la pausa, la cadencia, la sonrisa bufa en el rostro en todo momento, el manierismo, la ampulosidad en el gesto, la livianidad en los pies. El director puso plomo en todo, unos bretes de plata que maniataron al actor.
El pasaje de la resurrección de Lázaro lo dice todo. Mil personajes para un actor que se desdobla en cada uno a mil por hora, con tics más que con gestos, con las voces más que con el cuerpo. Recuerdo a los Colombaioni, en una parodia de "la caballería rusticana", en los que utilizaban al público para representarla. Oh, alado y riente Teatro (como diría Valle Inclán), cuánta magia sobre la escena, qué delicadeza de ritmo, todo el público atrapado en sus asientos, clavado a ellos, "y sin parar de reir-ir" (como cantaría Mecano). Y no sé por qué divago ahora y saco a relucir a los Colombaioni, tal vez sea para recordárselos a Scala y hacerle bullir un poquito la sangre. Perdonad pues, que vuelvo.
Dario Fo es un tipo católico-ácrata. Bon vivant, comprometido. Que escribe, primero, para él. Y yo diría que escribe más para un lector que para un público. Por eso dar entidad corpórea a sus personajes resulta tan complicado. Sin embargo, él sabe que cualquiera puede hacerlo porque son personajes universales de los que todos llevamos algo dentro (todos somos un poco dioses, un poco vírgenes, un poco soldado romano y un poco crucificados), ahora bien, Dario Fo no consentiría que sudásemos sólo por el esfuerzo; sí de emoción, sí por las carcajadas, sí por la complicidad, pero no solamente por estar ejercitando los músculos y la memoria. A mi me pareció que Enzo Scala le jugó esa mala pasada a su actor: no le contagió la alegría de vivir.
Uf, me voy a la ducha. Mis glándulas sudoríparas están que echan humo después de tanto esfuerzo; eso sí, con vocación más de sátira que de crítica. Y "sin acritú" como diría Alfonso Guerra. Un lujo ver cómo el público aplaudió puesto en pie (católicos o no), e incluso El Poder institucional tuvo que juntar las manos en un plásplásplás de reconocimiento al actor y a Enzo por traernos a Fo y su Misterio Bufo.
¡¡¡Nos vemos en el festival de títeres!!!